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domingo, septiembre 08, 2013

LOS CUENTOS DE EVA LUNA ISABEL ALLENDE ((93))





Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 93 UN DISCRETO MILAGRO La familia Boulton provenía de un comerciante de Liverpool, que emigró a mediados del siglo diecinueve con su tremenda ambición como única fortuna, y se hizo rico con una flotilla de barcos de carga en el país más austral y lejano del mundo. Los Boulton eran miembros prominentes de la colonia británica, y como tantos ingleses fuera de su isla preservaron sus tradiciones y su lengua con una tenacidad absurda, hasta que la mezcla con sangre criolla les tumbó la arrogancia y les cambió los nombres anglosajones por otros más castizos. Gilberto, Filomena y Miguel nacieron en el apogeo de la fortuna de los Boulton, pero a lo largo de sus vidas vieron declinar el tráfico marítimo y esfumarse una parte sustancial de sus ingresos. Aunque dejaron de ser ricos, pudieron mantener su estilo de vida. Era difícil encontrar tres personas de aspecto y carácter más diferentes que estos tres hermanos. En la vejez se acentuaron los rasgos de cada cual, pero a pesar de sus aparentes disparidades sus almas coincidían en lo fundamental. Gilberto era un poeta de setenta y tantos años, de facciones delicadas y porte de bailarín, cuya existencia había transcurrido ajena a las necesidades materiales, entre libros de arte y antigüedades. Era el único de sus hermanos que se educó en Inglaterra, experiencia que lo marcó profundamente. Le quedó para siempre el vicio del té. Nunca se casó, en parte porque no encontró a tiempo a la joven pálida que tantas veces surgía en sus versos de juventud, y cuando renunció a esa ilusión ya era demasiado tarde, porque sus hábitos de solterón estaban muy arraigados. Se burlaba de sus ojos azules, su pelo amarillo y su ancestro, diciendo que casi todos los Boulton eran unos comerciantes vulgares, quienes de tanto fingirse aristócratas habían terminado convencidos de que lo eran. Sin embargo, usaba chaquetas de tweed con parches de cuero en los codos, jugaba bridge, leía el Times con tres semanas de atraso y cultivaba la ironía y la flema atribuidas a los intelectuales británicos. Filomena, rotunda y simple como una campesina, era víuda y abuela de varios nietos. Estaba dotada de una gran tolerancia, que le permitía aceptar tanto las veleidades anglófilas de Gilberto como el hecho de que Miguel anduviera con huecos en los zapatos y el cuello de la camisa en hilachas. Nunca le faltaba ánimo para atender los achaques de Gilberto o escucharlo recitar sus extraños versos, ni para colaborar en los innumerables proyectos de Miguel. Tejía incansablemente chalecos para su hermano menor, que éste se ponía un par de veces y luego regalaba a otro más necesitado. Los palillos eran una prolongación de sus manos, se movían con un ritmo travieso, un tictac continuo que anunciaba su presencia y la acompañaba siempre, como el aroma de su colonia de jazmín. Miguel Boulton era sacerdote. A diferencia de sus hermanos, él resultó moreno, de baja estatura, casi enteramente cubierto por un vello negro que le habría dado un aspecto bestial si su rostro no hubiera sido tan bondadoso. Abandonó las ventajas de la residencia familiar a los diecisiete años y sólo regresaba a ella para participar en los almuerzos dominicales con sus parientes, o para que Filomena lo cuidara en las raras ocasiones en que se enfermaba de gravedad. No sentía ni la menor nostalgia por las comodidades de su juventud y a pesar de sus arrebatos de mal humor, se consideraba un hombre afortunado y estaba contento con su existencia. Vivía junto al Basurero Municipal, en una población m'serable de los extramuros de la capital, donde las calles no tenían pavimento, acerancho estaba construido con tablas y ras, ni árboles. Su planchas de cinc. A veces en verano surgian del suelo fumarolas fétidas de los gases que se filtraban bajo tierra desde los depósitos de basura. Su mobiliario consistía en un camastro, una mesa, dos sillas y repisas para libros, y las paredes lucían afiches revolucionarios, cruces de latón fabricadas por los presos políticos, modestas tapicerías bordadas por las madres de los desaparecidos, y banderines de su equipo de fútbol f ayorito. Junto al crucifijo, donde cada mañana comulgaba a solas y cada noche le agradecía a Dios la 93 Librodot





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Hermoso saber que existen personas que lean este proyecto. Gracias por su honorable visita. Les saluda y le doy la bienvenida a leer: Luna Cielo Azul. ©Siervadelmesías.

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