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lunes, septiembre 09, 2013

LOS CUENTOS DE EVA LUNA ISABEL ALLENDE ((95))




Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 95 contrario, los padecimientos de sus vidas eran una demostración irrefutable de que el universo era una pura pelotera, pero también ellos consideraban el local de la parroquia como el centro natural de la población. La cruz que Miguel llevaba colgando al pecho les parecía sólo un inconveniente menor, una especie de extravagancia de viejo. El sacerdote estaba paseando mientras hablaba, como era su costumbre, cuando sintió que las sienes y el corazón se le disparaban al galope y todo el cuerpo se le humedecía en un sudor pegajoso. Lo atribuyó al calor de la discusión, se pasó la manga por la frente y por un momento cerró los párpados. Al abrirlos creyó estar hundido en un torbellino al fondo del mar, sólo percibía oleajes profundos, manchas, negro sobre negro. Estiró un brazo en busca de apoyo. –Se cortó la luz –dijo, pensando en otro sabotaje. Sus amigos lo rodearon asustados. El Padre Boulton era un compañero formidable, que había vivido entre ellos desde que podían recordar. Hasta entonces lo creyeron invencible, un hombronazo fuerte y musculoso, con un vozarrón de sargento y unas manos de albañil que se juntaban en la plegaria, pero que en verdad parecían hechas para la pelea. De pronto comprendieron cuán gastado estaba, lo vieronencogido y pequeño, un niño lleno de arrugas. Un coro de mujeres improvisó los primeros remedios, lo obligaron a tenderse en el suelo, le pusieron paños mojados en la cabeza, le dieron a beber vino caliente, le hicieron masajes en los pies; pero nada surtió efecto, por el contrario, con tanto manoseo el enfermo estaba perdiendo la respiración. Por fin Miguel logró quitarse a la gente de encima y ponerse de pie, dispuesto a enfrentar esa nueva desgracia cara a cara. –Estoy fregado –dijo sin perder la calma–. Por favor, llamen a mi hermana y díganle que estoy en un apuro, pero no le den detalles para que no se preocupe. A la hora apareció Sebastián Canuto, huraño y silencioso como siempre, anunciando que la señora Filomena no podía perderse el capítulo de la telenovela y que aquí le mandaba algo de plata y un canasto con provisiones para su gente. –Esta vez no se trata de eso, Cuchillo, parece que me he quedado ciego. El hombre lo subió al automóvil y sin hacer preguntas se lo llevó a través de toda la ciudad hasta la mansión de los Boulton, que se alzaba plena de elegancia en medio de un parque algo abandonado, pero todavía señorial. Convocó a todos los habitantes de la casa a bocinazos, ayudó a bajar al enfermo y lo transportó casi en andas, conmovido al verlo tan liviano y tan dócil. Su tosca cara de perdulario estaba mojada de lágrimas cuando les dio la noticia a Gilberto y a Filomena. –Por la pelandusca que me parió, don Miguelito se ha que– dado sin ojos. Esto es lo único que nos faltaba –lloró el chófer sin poder contenerse. –No digas groserías delante del poeta –dijo el sacerdote. –Ponlo en la cama, Cuchillo – ordenó Filomena–. Esto no es grave, debe ser algún resfrío. ¡Eso te pasa por andar sin chaleco! –Se ha detenido el tiempo: noche y día es siempre invierno y hay un puro silencio de antenas por lo negro ... * –comenzó a improvisar Gilberto. –Dile a la cocínera que prepare un caldo de pollo –lo hizo callar su hermana. El médico de la familia determinó que no se trataba de un resfrío y recomendó que a Miguel lo viera un oftalmólogo. Al día siguiente, después de una apasionada exposición sobre la salud, don de Dios y derecho del pueblo, que el infame sistema imperante había convertido en privilegio de una casta, el enfermo aceptó ir donde un especialista. Sebastián Canuto condujo a los tres hermanos al Hospital del Área Sur, único sitio aprobado por Miguel, porque allí se atendían los más pobres entre los pobres. Esa súbita ceguera había puesto al cura de pésimo talante, no podía comprender el designio divino que lo convertía en un inválido justamente cuando sus servicios más se necesitaban. De la resignación cristiana ni se acordó. Desde el comienzo se negó a aceptar que lo guiaran o lo sostuvieran, prefería avanzar a tropezones, aun a riesgo de parAunque es de noche, del poeta chileno Carlos Bolton. 95 Librodot





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Hermoso saber que existen personas que lean este proyecto. Gracias por su honorable visita. Les saluda y le doy la bienvenida a leer: Luna Cielo Azul. ©Siervadelmesías.

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