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miércoles, octubre 30, 2013

Inés del alma mía, ISABEL ALLENDE ((12))





Inés del alma mía[Document Transcript]... Roma estaba mal defendida por el papa Clemente VII, hombre más apto para enredos políticos que para estrategias de guerra. Apenas las huestes enemigas se aproximaron a los puentes de la ciudad, en medio de una densa niebla, el Pontífice escapó del Vaticano, por un pasadizo secreto, al castillo de Sant Angelo, erizado de cañones. Lo acompañaban tres mil personas, entre ellas el célebre escultor y orfebre Benvenuto Cellini, tan conocido por su insigne talento de artista como por su terrible carácter; el Papa delegó en él las decisiones militares porque dedujo que si él mismo temblaba ante el artista no había razón para que los ejércitos del condestable de Borbón no temblaran también.
En el primer asalto a Roma, el condestable recibió un fatal tiro de mosquete en un ojo. Benvenuto Cellini se jactaría más tarde de haber disparado la bala que lo mató, aunque en realidad ni siquiera estuvo cerca de él, pero ¿quién se hubiese atrevido a contradecirlo? Antes de que los capitanes lograran imponer orden, las tropas, sin control, se lanzaron a hierro y pólvora hacia la indefensa ciudad y la tomaron en cuestión de horas. Durante los primeros ocho días fue tan cruel la matanza, que la sangre corría por las calles y se coagulaba entre las piedras milenarias. Huyeron más de cuarenta y cinco mil personas, y el resto de la aterrorizada población se sumió en el infierno. Los voraces invasores quemaron iglesias, conventos, hospitales, palacios y casas particulares. Mataron a destajo, incluso a los locos y enfermos del hospicio y a los animales domésticos; torturaron a los hombres para obligarlos a entregar lo que haber escondido; violaron a cuanta mujer y niña hallaron; asesinaron desde a las criaturas de pecho hasta a los ancianos. El saqueo, como una interminable orgía, continuó por semanas. Los soldados, ebrios de sangre y alcohol, arrastraban por las calles las destrozadas obras de arte y reliquias religiosas, decapitaban por igual estatuas y personas, se robaban lo que podían echar en sus bolsas y lo demás lo hacían polvo. Se salvaron los famosos frescos de la Capilla Sixtina porque allí velaron el cuerpo del condestable de Borbón. En el río Tíber flotaban miles de cadáveres y el olor a carne descompuesta infestaba el aire. Perros y cuervos devoraban los cuerpos tirados por doquier; después llegaron las fieles compañeras de la guerra, el hambre y la peste, que atacaron por igual a los desventurados romanos y a sus victimarios.
Durante esos días aciagos, Pedro de Valdivia recorría Roma con la espada en la mano, furioso, procurando inútilmente evitar el pillaje y la matanza e imponer algo de orden entre la soldadesca, pero los quince mil lansquenetes no reconocían jefe ni ley y estaban dispuestos a liquidar a quien intentara detenerlos. A Valdivia le tocó hallarse por casualidad ante las puertas de un convento cuando éste fue atacado por una docena de los mercenarios alemanes. Las monjas, sabiendo que ninguna mujer escapaba a las violaciones, se habían reunido en el patio formando un círculo en torno a una cruz, en el centro del cual estaban las jóvenes novicias, inmóviles, tomadas de las manos, con las cabezas bajas y rezando en un murmullo. De lejos parecían palomas. Pedían que el Señor las librara de ser mancilladas, que se apiadara de ellas enviándoles una muerte rápida.
-¡Atrás! ¡Quien se atreva a cruzar este umbral tendrá que vérselas conmigo! - rugió Pedro de Valdivia blandiendo su espada en la diestra y un sable corto en la siniestra.
Varios de los lansquenetes se detuvieron sorprendidos, calculando acaso si valía la pena enfrentarse a ese imponente y determinado oficial español o era más conveniente pasar a la casa de al lado, pero otros se lanzaron en tropel al ataque. Valdivia tenía a su favor que era el único soldado sobrio y de cuatro estocadas certeras puso fuera de combate a otros tantos alemanes, pero para entonces los demás del grupo se habían repuesto del desconcierto inicial y también se le fueron encima. Aunque tenían la mente nublada por el alcohol, los alemanes eran guerreros tan formidables como Valdivia y pronto lo rodearon. Tal vez ése habría sido el último día del oficial extremeño si no hubiera aparecido por azar Francisco de Aguirre y se le hubiera puesto al lado.
-¡A mí, teutones hijos de puta! -gritaba aquel vasco tremendo, rojo de ira, enorme, blandiendo la espada como un garrote. La trifulca atrajo la atención de otros españoles que pasaban por allí y vieron a sus compatriotas en grave peligro. En menos que demoro en contarlo, se armó una batalla campal frente al edificio. Media hora después los asaltantes se retiraron, dejando a varios desangrándose en la calle, y los oficiales pudieron atrancar las puertas del convento. La madre superiora pidió a las monjas de más carácter que recogieran a las que se habían desmayado y se colocaran a las órdenes de Francisco de Aguirre, quien se había ofrecido para organizar la defensa fortificando los muros. -Nadie está seguro en Roma. Por el momento los mercenarios se han retirado, pero sin duda regresarán, y entonces más vale que os encuentren preparadas -les advirtió Aguirre.
-Conseguiré unos arcabuces y Francisco os enseñará a usarlos -decidió Valdivia, a quien no se le escapó el brillo picaresco en la mirada de su amigo al imaginarse solo con una veintena de virginales novicias y un puñado de monjas maduras pero agradecidas y aún apetecibles.
Sesenta días más tarde terminó por fin el horroroso saqueo de Roma, que puso fin a una época -el papado renacentista en Italia- y quedaría para la Historia como una mancha infame en la vida de nuestro emperador Carlos V, aunque él se encontraba muy lejos de allí.
Su santidad el Papa pudo abandonar su refugio en el castillo de Sant Angelo, pero fue arrestado y recibió el maltrato de los presos comunes, incluso le arrebataron el anillo pontificio y le dieron una patada en el trasero que lo lanzó de bruces en el suelo entre las carcajadas de los soldados. [12]




:::::>La Musa del nuevo siglo<:::::::




¿Cuándo se revelará la Musa del nuevo siglo, tal como la conocerán los hijos de nuestros nietos, o quizá la generación que les siga, pero no nosotros? ¿Qué aspecto tendrá? ¿Qué cantará? ¿Qué cuerdas del alma hará vibrar? ¿A qué altura levantará su época?
Cuántas preguntas en nuestro atareado tiempo, en que la Poesía es casi un estorbo y sabemos de manera cierta que muchas cosas "inmortales" escritas por los poetas actuales sólo existirán en lo futuro reproducidas al carbón en los muros de algunas cárceles, y serán leídas por contados curiosos.
Pero la Poesía debe intervenir; por lo menos ayudar a cargar el fusil en las luchas de partidos, en las que corre la sangre o la tinta.
Ésta es una opinión parcial, dicen algunos; en nuestro tiempo, la Poesía no está olvidada ni mucho menos.
No; todavía hay personas que en su "lunes azul" se sienten atraídas por ella, y entonces, al experimentar este prurito en las partes más nobles de su ser, envían un criado a la librería a comprarles cuatro chelines de poesía, con recado de que les sirvan la más recomendada. Algunos se contentan con la que reciben de regalo, o se dan por satisfechos con la lectura de un trozo de bolsa de la tienda. Es mucho más barato, y en nuestra ajetreada época hay que pensar en la economía. Sólo es necesario lo positivo, conservar lo que tenemos, y con esto basta. La poesía futurista, como la música del porvenir, son quijotismos; es como proyectar viajes de descubrimiento al planeta Urano.
El tiempo es demasiado breve y valioso para gastarlo en fantasías. Pongámonos en razón: ¿qué es Poesía? Estas explosiones de la mente y la sensibilidad no son sino expansiones y vibraciones de los nervios. El entusiasmo, la alegría, el dolor, incluso la ambición material, son, según los sabios, vibraciones nerviosas. Todos somos instrumentos de cuerda. Pero, ¿quién toca estos instrumentos? ¿Quién los hace vibrar y estremecerse? El espíritu, el espíritu invisible de la divinidad, que se manifiesta por sus sentimientos y pensamientos, y que es comprendido por los demás instrumentos, los cuales funden con ellos sus propias notas, y suenan en fuertes disonancias y contrastes. Así fue y así sigue siendo en el gran progreso que la Humanidad hace en su conciencia de libertad.
Cada siglo, o también cabría decir cada milenio, tiene su punto culminante de expresión poética; nacida dentro de su propio período, se ve destacar y dominar desde el nuevo que empieza.
Así pues, en nuestra época atareada, dominada por el estrépito de las máquinas, ha nacido ya la Musa del nuevo siglo. ¡Vaya a ella nuestro saludo! Que ella la oiga o la lea algún día, tal vez en aquellos garabatos al carbón de que hablamos antes.
Los cercos de su cuna alcanzan desde el punto extremo pisado por el pie humano en los viajes al Polo, hasta donde el ojo viviente penetra en el "negro saco de carbón" del cielo polar. El trepidar de las máquinas, el silbar de las locomotoras, la voladura de rocas materiales y de viejos prejuicios espirituales, nos ha ensordecido, ahogando con su estrépito sus primeros vagidos.
Ha nacido en nuestra gran fábrica de hoy, donde el vapor emplea su fuerza, donde el "maestro sin sangre" y sus operarios se afanan día y noche.
Posee el gran corazón amoroso de la mujer, con la llama de la vestal y el fuego de la pasión. Recibió el rayo de la inteligencia en todos los colores del prisma, cambiantes al correr de los milenios y apreciarlos según la moda. Su magnificencia y su fuerza es el poderoso plumaje de cisne de la fantasía, tejido por la Ciencia, impulsado por "las fuerzas elementales."
Es hija del pueblo por línea paterna, sana en sus sentidos y pensamientos, grave de mirada, con el humor en los labios. Su madre es hija de emigrantes, de alta cuna y educada según las normas académicas, mecida en los dorados recuerdos del rococó. La Musa del nuevo siglo lleva en sí sangre y alma de los dos.
Sus padrinos depositaron en su cuna magníficos presentes. A modo de golosinas, esparcieron sobre ella, en cantidades enormes, los ocultos enigmas de la Naturaleza, cada uno con su solución. La campana del buzo vertió sus maravillosos juguetes sacados del fondo del mar. El mapa del cielo, este tranquilo océano suspendido con sus miríadas de islas, cada una un mundo, fue colocado como un manto en su cuna; el sol pinta sus imágenes; la fotografía le regala juguetes. La nodriza le ha cantado canciones acerca de Eyvind Skaldes­piller y de Firdusi, de los trovadores y de lo que Heine, en su orgullo juvenil, le cantó con su auténtica alma de poeta. Muchas cosas, demasiadas, le ha cantado la nodriza. Conoce los Eddas, las leyendas horribles de los antepasados, en que las maldiciones se precipitan con sangrientos aletazos. Se ha tragado en un cuarto de hora las "Mil y una noches" del Oriente.
La Musa del nuevo siglo es aún niña, y, sin embargo, ha saltado de la cuna, es voluntariosa sin saber lo que quiere. Juega todavía en el espacioso cuarto del ama, donde abundan los tesoros artísticos del barroco. La tragedia griega y la comedia romana están allí cinceladas en mármol; las canciones populares de las naciones cuelgan de las paredes como plantas secas: un beso, y se hinchan, frescas y perfumadas. Mécenla los acordes eternos de Beethoven, Gluck, Mozart, y los pensamientos de todos los grandes maestros expresados en notas. Al borde están todos aquellos libros que en su tiempo fueron inmortales, y aún queda espacio para muchos otros, cuyos nombres resonarán a través del hilo telegráfico de la inmortalidad y que, sin embargo, morirán con el telegrama.
Ha leído enormemente, demasiado; ha nacido en nuestro tiempo; muchísimo habrá de ser olvidado, y la musa aprenderá a olvidar.
No piensa en su canto, que vivirá en un nuevo milenio, como viven los libros de Moisés y las doradas fábulas de Bidpai sobre la astucia y la suerte de la zorra. No piensa aún en su mensaje, en su vibrante futuro; sigue jugando mientras la lucha de las naciones, que sacude el aire, da figuras sonoras de plumas y cañones sin orden ni concierto, runas de difícil interpretación.
Lleva un gorro garibaldino, de vez en cuando lee su Shakespeare, y por un momento piensa que tal vez lo representen aun cuando ella sea mayor. Que Calderón repose en el sarcófago de sus obras con la leyenda de su fama. A Holberg - pues la Musa es cosmopolita -, lo tiene encuadernado en un tomo con Molière, Plauto y Aristófanes, pero lee sobre todo a Molière. No tiene la inquietud que da alas a los gamos de los Alpes, y, no obstante, su alma busca la sal de la vida como los gamos buscan la de la montaña. Hay en su corazón una placidez como la de los hebreos de las leyendas antiguas, esta voz de los nómadas en las verdes llanuras durante las silenciosas noches estrelladas, y, sin embargo, en su canto late el corazón con más fuerza que el del exaltado guerrero heleno de las montañas de Tesalia.
¿Y qué hay del Cristianismo?00 Ha aprendido la tabla grande y la pequeña de la Filosofía; las materias primeras le han roto uno de los dientes de leche, pero le han salido otros. Y en la cuna mordió en la fruta del conocimiento, la comió y adquirió inteligencia; y su "inmortalidad" fulguró como el pensamiento más genial de la Humanidad.
¿Cuándo brotará el nuevo siglo de la Poesía? ¿Cuándo se dará a conocer su Musa? ¿Cuándo se oirá?
Una bella mañana de primavera llegará montada en el dragón de la locomotora, avanzando a través de túneles y viaductos, o navegando por el anchuroso mar sobre el lomo del delfín, o por los aires en el ave de Montgolfier, y se posará sobre el suelo, desde el que su voz divina saludará a la familia humana. ¿Dónde? ¿Desde el mundo descubierto por Colón, la tierra de libertad donde los indígenas se convirtieron en piezas de caza y los africanos en bestias de trabajo? ¿De la tierra que nos ha enviado la canción de "Hiawatha"?. ¿Del continente de los antípodas, donde nuestro día es noche y donde cisnes negros cantan en los bosques de mimosas? ¿O del país donde las columnas de Memnon resonaron y siguen resonando, sin que hayamos comprendido el canto de la esfinge del desierto? ¿De la isla del carbón de piedra, donde Shakespeare domina desde el tiempo de Isabel? ¿De la patria de Tycho Brahe, que nada quiso saber de él, o de la tierra aventuresca de California, donde el árbol de Wellington alza su copa como rey de los bosques del mundo?
¿Cuándo brillará la estrella, la estrella en la frente de la Musa, la flor en cuyos pétalos esté escrita en forma, color y fragancia, la expresión de la belleza de este siglo?
- ¿Qué programa trae la Musa nueva? - preguntan nuestros expertos diputados en la Dieta -. ¿Qué quiere?
Mejor es que preguntéis qué no quiere.00 No quiere presentarse como un fantasma de tiempos pasados. No quiere recomponer obras dramáticas con éxitos teatrales ya olvidados, ni disimular con deslumbrantes ropajes líricos los fallos de la arquitectura teatral. Su vuelo será desde el carro de Tespis hacia el anfiteatro de mármol. No hará pedazos el sano discurso de los hombres, volviendo a pegarlos para formar un juego artificioso de címbalos chinos, con las resonancias halagadoras de los torneos trovadorescos. No quiere entronizar el verso como gentilhombre y constituir la prosa en personaje burgués. Juntos están y a igual altura en sonoridad, plenitud y vigor. No quiere esculpir los antiguos dioses en los bloques de las sagas de Islandia. Están muertos; la nueva época no siente por ellos simpatía ni afinidad. No quiere invitar a sus contemporáneos a alojar sus pensamientos en las tabernas de la novela francesa. No quiere aturdir con el cloroformo de las historias cotidianas. Un elixir de vida es lo que quiere traer. Su canto en versos y en prosa será breve, claro y rico. Cada latido del corazón de los pueblos es sólo una letra en el gran alfabeto del proceso evolutivo, pero acoge cada letra con el mismo amor, las reúne formando palabras y junta éstas en rimas, con las cuales compone un himno a lo presente.
¿Y cuándo llegará esta época a su plenitud?00 Para nosotros, para los que estamos rezagados, tardará mucho, pero muy poco para los que nos avancen en su vuelo. Pronto caerá la muralla china. Los ferrocarriles de Europa llegarán al cerrado archivo de las culturas asiáticas, las dos corrientes culturales se encontrarán. Retumbará tal vez la cascada con su rumor profundo, los viejos del presente temblaremos a sus fuertes acordes, sintiendo en ellos un Ragnarok, el derrumbamiento de los antiguos dioses; olvidaremos que acá abajo los tiempos y los pueblos deben desaparecer, y sólo una pequeña imagen de cada uno, encerrada en la cápsula de la palabra, flotará como flor de loto en el río de la eternidad y nos dirá que todos son y fueron carne de nuestra carne, aunque en ropajes distintos. La imagen de los judíos irradia de la Biblia, la de los griegos lo hace de la Ilíada y la Odisea. ¿Y la nuestra...? Pregúntalo a la Musa del nuevo siglo, en el Ragnarok, cuándo el nuevo Gimle se levantará transfigurado e inteligible.
¡Que todo el poder del vapor, todo el peso de lo presente no sean sino palancas! El "maestro sin sangre" y sus operarios, que parecen los amos poderosos de nuestra época, no son sino criados, esclavos negros que adornan la sala de fiestas, aportan tesoros, ponen las mesas para el gran banquete donde la Musa, con la inocencia del niño y el entusiasmo de la doncella, con la serenidad y la ciencia de la matrona, alzará la lámpara maravillosa de la Poesía, este corazón humano, rico y pleno con su llama divina.
¡Bienvenida, Musa de la Poesía, al nuevo siglo! Nuestro saludo se eleva y será oído como lo es el himno de gracias del gusano, el gusano que es triturado por las reja del arado mientras brilla una nueva primavera y el arado abre surcos, destrozándonos a nosotros, los gusanos, a fin de que la cosecha bendita pueda crecer para la nueva generación que viene. ¡Salud, Musa del nuevo siglo!
 
 
 
 
* * * FIN * * *
 
 
 
Hans Christian Andersen
 
 
 
 

lunes, octubre 28, 2013

Inés del alma mía, ISABEL ALLENDE ((11))




Inés del alma mía[Document Transcript]... Mientras la relación con Pedro consistió en visitas vigiladas por una dueña y esquelas gentiles, Marina fue feliz, pero el entusiasmo se esfumó al hallarse en la cama con su marido. Ignoraba por completo lo que iba a ocurrir en la primera noche de desposada; nadie la había preparado para la deplorable sorpresa que se llevó. En su ajuar había varios camisones de batista, largos hasta los tobillos, cerrados en el cuello y los puños con cintas de raso, y con un ojal en forma de cruz delante. No se le ocurrió
preguntar para qué servía aquella apertura, y nadie le explicó que por allí tendría contacto con las partes más íntimas de su marido. Nunca había visto a un varón desnudo y creía que las diferencias entre los hombres y las mujeres eran el vello en la cara y el tono de voz. Cuando sintió en la oscuridad el aliento de Pedro y sus manos grandes tanteando entre los pliegues de su camisa en busca del primoroso ojal bordado, le dio un empujón de mula y salió dando alaridos por los corredores de la casona de piedra. A pesar de sus buenas intenciones, Pedro no era un amante cuidadoso, su experiencia se limitaba a abrazos breves con mujeres de virtud negociable, pero comprendió que necesitaría una gran paciencia. Su esposa era todavía una niña y su cuerpo apenas empezaba a desarrollarse, no convenía forzarla. Intentó iniciarla de a poco, pero pronto la inocencia de Marina, que tanto le atrajo al principio, se convirtió en un obstáculo imposible de salvar. Las noches eran frustrantes para él y un tormento para ella, y ninguno de los dos se atrevía a hablar del asunto a la luz del alba. Pedro se volcó en sus estudios y en el cuidado de sus tierras y labriegos, mientras quemaba energía en la práctica de la esgrima y la equitación. En el fondo se estaba preparando y despidiendo. Cuando el llamado de la aventura se volvió irresistible, se alistó de nuevo bajo los estandartes de Carlos V, con el sueño secreto de alcanzar la gloria militar del marqués de Pescara.
En febrero de 1527 las tropas españolas se hallaban, bajo las órdenes del condestable de Borbón, ante las murallas de Roma. Los españoles, secundados por quince compañías de feroces mercenarios suizo-alemanes, esperaban la oportunidad de entrar a la ciudad de los césares y resarcirse de muchos meses sin sueldo. Era una horda de soldados hambrientos e insubordinados, dispuestos a vaciar los tesoros de Roma y el Vaticano. Pero no todos eran bribones y mercenarios; entre los tercios de España iban un par de recios oficiales, Pedro de Valdivia y Francisco de Aguirre, quienes se habían reencontrado después de dos años de separación. Tras abrazarse como hermanos, se pusieron al tanto sobre las novedades en sus respectivas vidas. Valdivia exhibió un medallón con el rostro de Marina pintado por un miniaturista portugués, un judío converso que había logrado burlar a la Inquisición.
-No hemos tenido hijos todavía porque Marina es muy joven, pero habrá tiempo para ello, si Dios quiere -comentó.
-¡Dirás mejor si antes no nos matan! -exclamó su amigo.
A su vez, Francisco confesó que seguía en amores platónicos y secretos con su prima, quien había amenazado con hacerse monja si su padre insistía en casarla con otro. Valdivia opinó que no era una idea descabellada, ya que para muchas mujeres nobles el convento, adonde entraban con su séquito completo de sirvientas, su propio dinero y los lujos a los que estaban acostumbradas, resultaba preferible a una boda impuesta a la fuerza.
-En el caso de mi prima sería un lamentable desperdicio, amigo mío. Una joven tan hermosa y pletórica de salud, creada para el amor y la maternidad, no debe amortajarse en vida dentro de un hábito. Pero tienes razón, prefiero verla convertida en monja que casada con otro. No podría permitirlo, tendríamos que quitarnos la vida juntos -aseguróFrancisco, enfático.
-¿Y condenaros ambos a las pailas del infierno? Estoy seguro de que tu prima optará por el convento. ¿Y tú? ¿Qué planes tienes para el futuro? -preguntó Valdivia.
-Continuar guerreando, mientras pueda, y visitar a mi prima en su celda de monja al amparo de la noche -se rió Francisco, tocándose la cruz y el relicario en el pecho. [11]



:::::>En el corral<:::::::

 
 
 
Había llegado un pato de Portugal; algunos sostenían que de España, pero da lo mismo, el caso es que lo llamaban "El portugués." Era hembra: puso huevos, lo mataron y lo asaron. Ésta fue su historia. Todos los polluelos que salieron de sus huevos heredaron el nombre de portugueses, con lo cual se ponía bien en claro su nobleza. Ahora, de toda su familia quedaba sólo una hembra en el corral, confundida con las gallinas, entre las cuales el gallo se pavoneaba con insoportable arrogancia.
- Me hiere los oídos con su horrible canto - decía la portuguesa -. No se puede negar que es hermoso, aunque no sea de la familia de los patos. ¡Sólo con que supiera moderarse un poco! Pero la moderación es virtud propia de personas educadas. Fíjate en estos pajarillos cantores que viven en el tilo del jardín vecino. ¡Eso sí que es cantar! Sólo de oírlos me conmuevo. A su canto lo llamo Portugal, como a todo lo exquisito. ¡Cuánto quisiera tener un pajarito así a mi lado! Sería para él una madre, tierna y cariñosa. Lo llevo en la sangre, en mi sangre portuguesa.
Y mientras decía esto llegó uno de aquellos pájaros cantores; cayó de cabeza, desde el tejado, y aunque el gato estaba al acecho, logró escapar con un ala rota y se metió en el corral.
- ¡El gato tenía que ser, esta escoria de la sociedad! - exclamó el pato -. Bien lo conozco de los tiempos en que tuve patitos. ¡Que un ser de su ralea tenga vida y pueda correr por los tejados! No creo que esto se permita en Portugal.
Y compadecía al pajarillo, y compadecíanlo también los demás patos, que no eran portugueses.
- ¡Pobre animalito! - decían, acercándose a verlo uno tras otro -. Es verdad que no sabemos cantar - confesaban -, pero sentimos la música y hay algo en nosotros que vibra al oírla. Todos nos damos cuenta, aunque no queramos hablar de ello. - Pues yo sí quiero hablar de ello - declaró la portuguesa -, y haré algo por el pajarillo; es un deber que tenemos -. Al decir esto, se subió de un aletazo al abrevadero y se puso a chapotear en el agua con tal furia, para remojar la avecilla, que por poco la ahoga. Pero la intención era buena. - Es una buena acción - dijo -, y los demás deberían tomar ejemplo.
- ¡Pip! - dijo el pajarillo, intentando sacudirse el agua del ala rota. Le era difícil mover el ala, pero comprendía que el pato lo había remojado con buena intención.
- ¡Es usted muy buena señora! - dijo, temblando ante la idea de recibir una segunda ducha.
- Nunca he reflexionado sobre mis sentimientos - dijo la portuguesa -, pero sé que amo a todos mis semejantes menos al gato; eso nadie puede exigírmelo: ¡devoró a dos de mis pequeñuelos! Pero acomódese como si estuviera en su casa. También yo soy oriundo de un país lejano; ya lo habrá notado usted en mi porte y en mi plumaje. Mi marido no es de mi casta; es del país. Mas no crea que yo sea orgullosa. Si alguien en este corral puede compararse con usted, ese soy yo, se lo aseguro.
- Se le ha metido Portugal en la mollera - dijo un patito ordinario, que era muy chistoso; y los otros de su clase celebraron mucho su ocurrencia y se acercaron atropelladamente, gritando: "¡guac!." Enseguida trabaron amistad con el pajarillo.
- La portuguesa habla bien, hay que reconocerlo - dijeron -. A nosotros las palabras nos salen con dificultad del pico, pero interés sí tenemos. Y si nada podemos hacer por usted, al menos no lo aturdiremos con nuestra cháchara; y eso nos parece lo mejor de todo.
- Tiene usted una voz deliciosa - observó uno de los más viejos -. Debe de ser una gran dicha el poder hacer disfrutar a tantos. Yo confieso que el canto no es mi fuerte; por eso estoy con el pico cerrado, lo cual siempre vale más que decir tonterías, como tantos hacen.
- No lo molestes - dijo la portuguesa -. Necesita descanso y cuidados. - Pajarillo, ¿quiere que vuelva a remojarlo? - ¡Oh no, gracias, deje que me seque! - suplicó el interpelado.
- Pues, para mí, la hidroterapia es lo mejor - observó la portuguesa -. La distracción es también un buen remedio. No tardarán en venir a visitarnos las gallinas de al lado; hay entre ellas dos chinas que llevan pantalones; son muy cultas y distinguidas, y además son importadas, lo cual las eleva mucho en mi concepto.
Llegaron las gallinas, y con ellas el gallo, el cual estuvo muy cortés y no dijo groserías.
- Es usted un excelente cantor - dijo, iniciando la conversación - y sabe sacar de su voz todo el partido posible, habida cuenta de lo débil que es. Ahora, que, para revelar la virilidad mediante la potencia del canto, le haría falta una fuerza de locomotora.
Las dos chinas, al ver al pajarillo, quedaron embelesadas. Por efecto de la ducha recibida estaba el pobrecillo tan desgreñado, que se parecía mucho a un pollito chino.
- ¡Es encantador! - exclamaron, acercándose para entrar en relación con él. Hablaban cuchicheando y en la lengua de la "p," que es la usada por los chinos distinguidos.
- Nosotras pertenecemos a su especie. Los patos, incluso la portuguesa, son aves acuáticas; seguramente ya lo habrá observado. Usted no nos conoce todavía, pero, ¡cuántas relaciones tenemos y cuántos están impacientes por conocernos! Vivimos entre las gallinas, aunque nacimos para ocupar una barra más alta que la mayoría de las demás. Pero dejemos esto. Convivimos con las otras, cuyos principios no son los nuestros, sin meternos con nadie; procuramos ver sólo el lado bueno de las cosas, y hablamos únicamente de las acciones virtuosas, por difícil que sea encontrarlas donde no las hay. Mas hablando con franqueza, aparte nosotras dos y el gallo, no hay nadie en el gallinero que valga nada ni sea honorable. En cuanto a los habitantes del corral de patos, ándese con cuidado. Se lo advertimos, pajarito. ¿Ve aquel derrabado de allá? No se fíe: es falso e insidioso. Aquel de plumas de colores, con un lunar en el ala, es pendenciero, y siempre quiere llevar la razón, a pesar de que no la tiene nunca. Aquel pato gordo de allá habla mal de todo el mundo, lo cual es contrario a nuestro temperamento. Si uno no tiene nada bueno que decir, debe cerrar el pico. La portuguesa es la única que posee cierta cultura y con quien se puede alternar, pero es muy apasionada y habla demasiado de Portugal.
-¡Vaya modo de cuchichear esas chinas! - decían algunos patos -. Son unas pesadas; nunca hemos hablado con ellas.
En esto llegó el marido de la portuguesa, quien cometió la indelicadeza de tomar al pájaro cantor por un gorrión.
- No veo la diferencia - dijo, cuando se le sacó de su error pero me importa un bledo. Es una niñería; ¡qué más da!
- No tome a mal sus palabras - le cuchicheó la portuguesa -. En su profesión es apreciable, y esto es lo principal. Ahora me retiro a descansar; es nuestra obligación, engordar hasta que suene la hora de ser embalsamados con manzanas y ciruelas.
Así diciendo, se echó al sol, guiñando el ojo. ¡Estaba tan bien y tan cómoda! Y durmió a sus anchas. El pajarillo se le acercó a saltitos, estirada el ala herida, y se instaló al lado de su protectora. El sol enviaba su calor confortante; era un lugar ideal. Las gallinas del vecino gallinero, que habían venido de visita, todo era corretear y escarbar; al fin y a la postre, lo que las había traído, era la esperanza de llenarse el buche. Las chinas fueron las primeras en marcharse, y poco después las siguieron las otras. El patito chistoso dijo de la portuguesa que pronto volvería a ser "mamaíta," al oír lo cual los demás soltaron la carcajada.
- ¡Es para reventar de risa! - dijeron, y aprovecharon la ocasión para repetirse los chistes anteriores. ¡Qué gracioso era aquel pato! Finalmente, los demás se echaron también a dormir.
Llevaban un rato descansando cuando de pronto alguien tiró al corral un cubo de mondaduras. Al ruido que hizo, toda la compañía despertó sobresaltada, con un estrepitoso batir de alas. También la portuguesa despertó, y en su precipitación por poco aplasta al pajarillo.
- ¡Pip! - gritó éste -. ¡No me pise de este modo, buena señora! - ¿Por qué se pone en medio del camino? - replicó la otra -. ¡No hay que ser tan melindroso! También yo tengo nervios, y, sin embargo, nunca he dicho ¡pip!00 - ¡No se enoje! - excusóse la avecilla -. Se me escapó el ¡pip! de la boca.00 La portuguesa, sin hacerle caso se precipitó sobre las mondaduras y se zampó su buena parte. Cuando ya hubo comido y vuelto a echarse, el pajarillo, queriendo mostrarse cariñoso, se le acercó y le cantó una cancioncita:
¡Tilelelit!
¡Quivit, quivit!
De todo corazón te voy a cantar
Cuando por esos mundos vuelva a volar.
¡Quivit, quivit! ¡Tilelelit!
- Después de comer suelo echar una siestecita - dijo la pata -. Conviene que se acostumbre usted a nuestro modo de vivir. ¡Ahora duermo!
El pajarillo quedó la mar de confuso, pues había obrado con buena intención. Cuando la señora se despertó, le ofreció un granito de trigo que había encontrado. Pero la dama había dormido mal, y, por consiguiente, estaba de mal humor.
- ¡Esto ofrézcaselo a un polluelo! - gruñó -. No se quede ahí parado y no me fastidie.
- Está enojada conmigo - se lamentó el pájaro -. ¡Debo haber hecho algún disparate!
- ¿Disparate? - refunfuñó la portuguesa -. Es una palabra de muy mal gusto, y le advierto que no tolero las groserías. - Ayer lucía el sol para mí - dijo el pajarillo -, pero hoy hace un día oscuro y gris. ¡Qué triste estoy!
- Usted no sabe nada del tiempo - replicó el pato -. El día aún no ha terminado; y no ponga esa cara de tonto.
- ¡Me mira usted con unos ojos tan airados como los que me acechaban cuando caí al corral!
- ¡Sinvergüenza - gritó la portuguesa -. Compararme con el gato, ese animal de rapiña! Ni una gota de su mala sangre corre por mis venas. Me hice cargo de usted y pretendo enseñarle buenos modales.
Y le dio un picotazo en la cabeza, con tal furia, que lo mató.
- ¿Cómo? - dijo -. ¿Ni un picotazo pudo soportar? Ahora veo que nunca se hubiera adaptado a nuestro modo de vivir. Me porté con él como una madre, eso sí, pues corazón no me falta.
El gallo vecino, metiendo la cabeza en el corral, cantó con su estrépito de locomotora.
-¡Usted será causa de mi muerte, con su eterno griterío! - dijo la pata -. De todo lo ocurrido tiene la culpa usted. Él ha perdido la cabeza, y ha faltado poco para que yo pierda también la mía.
- ¡No ocupa mucho espacio el pajarito! - dijo el gallo.
- ¡Hable de él con más respeto! - replicó la portuguesa -. Tenía voz, sabía cantar y era muy ilustrado. Era cariñoso y tierno, y esto conviene tanto a los animales como a esos que llaman personas humanas.
Todos los patos se congregaron en torno al pobre pajarillo muerto. Los patos tienen pasiones violentas; o los domina la envidia o son un dechado de piedad, y como en aquella ocasión no existía ningún motivo de envidia, sintiéronse compasivos; y lo mismo les sucedió a las dos gallinas chinas.
- ¡Jamás tendremos un pájaro cantor como éste! ¡Era casi chino! - y se echaron a llorar de tal forma que no parecía sino que cloqueaban, y las demás gallinas cloquearon también, mientras a los patos se les enrojecían los ojos. - Lo que es corazón, tenemos - decían -; nadie puede negárnoslo.
- ¡Corazón! - replicó la portuguesa -; sí, en efecto, casi tanto como en Portugal. - Bueno, hay que pensar en meterse algo en el buche - observó el pato marido -, esto es lo que importa. Aunque se rompa un juguete, quedan muchos.
 
 
 
 
* * * FIN * * *
 
 
 
 
Hans Christian Andersen
 
 
 
 
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