░╦╔╗╔╗╗╔╔╗░╔╦╗╔╗░╔╗╔╦╗╔╗░╦ ░║╠░╚╗║║╚╗░░║░╠░░╠╣║║║╠╣░║ ╚╝╚╝╚╝╚╝╚╝░░╩░╚╝░╝╚╩░╩╝╚░✩"

jueves, agosto 29, 2013

LOS CUENTOS DE EVA LUNA ISABEL ALLENDE ((73))





Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 73 UN CAMINO HACIA EL NORTE Claveles Picero y su abuelo, Jesús Dionisio Picero, demoraron treinta y ocho días en cubrir los doscientos setenta kilómetros entre su aldea y la capital. Cruzaron a pie las tierras bajas, donde la humedad maceraba la vegetación en un caldo eterno de lodo y sudor, subieron y bajaron los cerros entre iguanas inmóviles y palmeras agobiadas, atravesaron las plantaciones de café esquivando capataces, lagartos y culebras, anduvieron bajo las hojas del tabaco entre mosquitos fosforescentes y mariposas siderales. Iban directo hacia la ciudad, bordeando la carretera, pero en un par de ocasiones debieron dar largos rodeos para evitar los campamentos de soldados. A veces los camioneros disminuían la marcha al pasar por su lado, atraídos por la espalda de reina mestiza y el largo cabello negro de la muchacha, pero la mirada del viejo los disuadía enseguida de cualquier intento de molestarla. El abuelo y su nieta no tenían dinero y no sabían mendigar. Cuando se le terminaron las provisiones que llevaban en una cesta, siguieron adelante a punta de puro coraje. Por las noches se envolvían en sus rebozos y se dormían bajo los árboles con un avemaría en los labios y el alma puesta en el niño, para no pensar en pumas y en alimañas ponzoñosas. Despertaban cubiertos de escarabajos azules. Con los primeros signos del amanecer, cuando el paisaje permanecía envuelto por las últimas brumas del sueño y todavía los hombres y las bestias no empezaban las faenas del día, ellos echaban a andar otra vez para aprovechar el fresco. Entraron en la capital por el Camino de los Españoles, preguntando a quienes cruzaban en las calles dónde podían hallar al Secretario del Bienestar Social. Para entonces a Jesús Dionisio le sonaban todos los huesos y a Claveles los colores del vestido se le habían desvanecido, tenía la expresión hechizada de una sonámbula y un siglo de fatiga se había derramado sobre el esplendor de sus veinte años. Jesús Dionisio era el artesano más conocido de la provincia, en su larga vida había ganado un prestigio del cual no se jactaba, porque consideraba su talento como un don al servicio de Dios, del cual él era sólo su administrador. Había comenzado como alfarero y todavía hacía cacharros de barro, pero su fama provenía de santos de madera y pequeñas esculturas en botellas, que compraban los campesinos para sus altares domésticos o se vendían a los turistas en la capital. Era un trabajo lento, cosa de ojo, tiempo y corazón, como les explicaba el hombre a los chiquillos arremolinados a su alrededor para verlo trabajar. Introducía con pinzas en las botellas los palitos pintados, con un punto de cola en las partes que debía pegar, y esperaba con paciencia que secaran antes de poner la pieza siguiente. Su especialidad eran los Calvarios: una cruz grande al centro donde colgaba el Cristo tallado, con sus clavos, su corona de espinas y una aureola de papel dorado, y otras dos cruces más sencillas para los ladrones del Gólgota. En Navidad fabricaba nichos para el Niño Dios, con palomas representando el Espíritu Santo y con estrellas y flores para simbolizar la Gloria. No sabía leer ni firmar su nombre porque cuando él era niño no había escuela por esos lados, pero podía copiar del libro de misa algunas frases en latín para decorar los pedestales de sus santos. Decía que sus padres le habían enseñado a respetar las leyes de la Iglesia y a las gentes, lo cual era más valioso que tener instrucción. El arte no le daba para mantener su casa y redondeaba su presupuesto criando gallos de raza, finos para la pelea. A cada gallo debía dedicarle muchos cuidados, los alimentaba en el pico con una papilla de cereales machacados y sangre fresca, que conseguía en el matadero, debía despulgarlos a mano, airearles las plumas, pulirles las espuelas y entrenarlos a diario para que no les faltara valor a la hora de probarlos. A veces iba a otros pueblos para verlos pelear, pero nunca apostaba, pues para él todo dinero ganado sin sudor y trabajo era cosa del diablo. Los sábados por la noche iba con su nieta Claveles a limpiar la iglesia para la ceremonia del domingo. No siempre alcanzaba a llegar el sacerdote, que recorría los pueblos en bicicleta, pero los cristianos se juntaban de todos modos a rezar y cantar. Jesús Dionisio era también el encargado de colectar y guardar la 73 Librodot






No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hermoso saber que existen personas que lean este proyecto. Gracias por su honorable visita. Les saluda y le doy la bienvenida a leer: Luna Cielo Azul. ©Siervadelmesías.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...