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sábado, agosto 31, 2013

LOS CUENTOS DE EVA LUNA ISABEL ALLENDE ((77))





Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 77 Ellos disponían de todos los recursos para ayudarlos. Allá en el Norte había clínicas y escuelas donde hacían milagros, a los sordomudos, por ejemplo, les enseñaban a leer el movimiento de los labios y a hablar, después iban a colegios especiales, recibían educación completa y algunos se inscribían en la universidad y acababan convertidos en abogados o doctores. La organización había auxiliado a muchos niños, los Picero podían ver las fotografías, miren qué contentos se ven, qué sanos, con todos esos juguetes, en esas casas de ricos. Los voluntarios no podían prometer nada, pero harían todo lo posible para conseguir que una de esas parejas acogiera a Juan, para darle todas las oportunidades que su madre no podía of recerle. –Nunca hay que desprenderse de los hijos, pase lo que pase –dijo Jesús Dionisio Picero, apretando la cabeza del niño contra su pecho para que no viera las caras y adivinara el motivo de la conversación. –No sea egoísta, hombre, piense en lo que es mejor para él. ¿No ve que allá tendrá de todo? Usted no tiene para comprarle las medicinas, no puede mandarlo a la escuela, ¿qué va a ser de él? Este pobrecito ni siquiera tiene padre. –Pero tiene madre y bisabuelo –replicó el viejo. Los visitantes partieron, dejando sobre la mesa los folletos de la señora Dermoth. En los días siguientes Claveles se sorprendió muchas veces mirándolos y comparando esas casas amplias y bien decoradas con su modesta vivienda de tablas, techo de paja y suelo de tierra apisonada, esos padres amables y bien vestidos, con ella misma cansada y descalza, esos niños rodeados de juguetes y el suyo amasando barro. Una semana más tarde Claveles se encontró con los voluntarios en el mercado, donde había ido a vender algunas esculturas de su abuelo, y volvió a escuchar los mismos argumentos, que una oportunidad como ésa no se le presentaría otra vez, que la gente adopta criaturas sanas, nunca retardados, esas personas del Norte eran de nobles sentimientos, que lo pensara bien, porque se iba a arrepentir toda la vida de haberle negado a su hijo tantas ventajas, condenándolo al sufrimiento y la pobreza. –¿Por qué quieren sólo niños enfermos? –preguntó Claveles. –Porque son unos gringos medio santos. Nuestra organización se ocupa sólo de los casos más penosos. Para nosotros sería más fácil colocar a los normales, pero se trata de ayudar a los desvalidos. Claveles Picero volvió a ver a los voluntarios varias veces. Aparecían siempre cuando el abuelo no estaba en la casa. Hacia finales de noviembre le mostraron el retrato de una pareja de edad mediana, de pie ante la puerta de una casa blanca rodeada de un parque, y le dijeron que la señora Dermoth había encontrado a los padres ideales para su hijo. Le señalaron en el mapa el sitio preciso donde vivían, le explicaron que allí había nieve en invierno y los niños armaban muñecos, patinaban en el hielo y esquiaban, que en otoño los bosques parecían de oro y que en el verano se podía nadar en el lago. La pareja estaba tan ilusionada con la idea de adoptar al pequeño, que ya le habían comprado una bicicleta. También le mostraron la fotografía de la bicicleta. Y todo esto sin contar que le ofrecían doscientos cincuenta dólares a Claveles, con lo cual ella podría casarse y tener hijos sanos. Sería una locura rechazar aquello. Dos días más tarde, aprovechando que Jesús Dionisio había partido a hacer el aseo de la iglesia, Claveles Picero vistió a su hijo con su mejor pantalón, le colocó su medalla de bautizo al cuello y le explicó en la lengua de gestos inventada por el abuelo para él, que no se verían en mucho tiempo, tal vez nunca más, pero todo era por su bien, iría a un lugar donde tendría comida todos los días y regalos para su cumpleaños. Lo llevó a la dirección señalada por los voluntarios, firmó un papel entregando la custodia de Juan a la señora Dermoth y salió corriendo para que su hijo no viera sus lágrimas y se echara a llorar también. Cuando Jesús Dionisio Picero se enteró de lo ocurrido perdió el aire y la voz. A manotazos lanzó al suelo todo lo que encontró a su alcance, incluyendo los santos en botellas y luego 77 Librodot






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Hermoso saber que existen personas que lean este proyecto. Gracias por su honorable visita. Les saluda y le doy la bienvenida a leer: Luna Cielo Azul. ©Siervadelmesías.

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