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viernes, agosto 30, 2013

LOS CUENTOS DE EVA LUNA ISABEL ALLENDE ((76))





Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 76 mirada a Claveles, que lloraba con la cabeza cubierta por el chal. –¿Qué vamos a hacer, abuelo? –preguntó ella al salir. –Criarlo, pues. –¿Cómo? –Con paciencia, igual como se entrenan los gallos o se meten Calvarios en botellas. Es cosa de ojo, tiempo y corazón. Así lo hicieron. Sin considerar el hecho de que la criatura no podía oírlos, le hablaban sin tregua, le cantaban, lo colocaban cerca de la radio encendida a todo volumen. El abuelo tomaba la mano del niño y la apoyaba con firmeza sobre su propio pecho, para que sintiera la vibración de su voz al hablar, lo incitaba a gritar y celebraba sus gruñidos con grandes aspavientos. Apenas pudo sentarse lo instaló a su lado en un cajón, lo rodeó de palos, nueces, huesos, trozos de tela y piedrecillas para jugar, y, más tarde, cuando aprendió a no metérsela a la boca, le pasaba una bola de barro para moldear. Cada vez que conseguía trabajo, Claveles partía al pueblo, dejando a su hijo en manos de Jesús Dionisio. A donde fuera el anciano la criatura lo seguía como una sombra, rara vez se separaban. Entre los dos se desarrolló una sólida camaradería que eliminó la tremenda diferencia de edad y el obstáculo del si encio. Juan se acostumbró a observar los gestos y las expresiones del rostro de su bisabuelo para descifrar sus intenciones, con tan buenos resultados que para el año en que aprendió a caminar ya era capaz de leerle los pensamientos. Por su parte Jesús Dionisio lo cuidaba como una madre. Mientras sus manos se esmeraban en delicadas artesanías, su instinto seguía los pasos del niño, atento a cualquier peligro, pero sólo intervenía en casos extremos. No se acercaba a consolarlo después de una caída ni a socorrerlo cuando estaba en apuros, así lo acostumbró a valerse por sí mismo. A una edad en que otros muchachos todavía andan tropezando como cachorros, Juan Picero podía vestirse, lavarse y comer solo, alimentar a las aves, ir a buscar agua al pozo, sabía tallar las partes más simples de los santos, mezclar colores y preparar las botellas para los Calvarios. –Habrá que mandarlo a la escuela para que no se quede bruto como yo –dijo Jesús Dionisio Picero cuando se acercaba el séptimo cumpleaños del niño. Claveles hizo algunas indagaciones, pero le informaron que su hijo no podía asistir a un curso normal, porque ninguna maestra estaría dispuesta a aventurarse en el abismo de soledad donde estaba sumido. –No importa, abuelo, se ganará la vida fabricando santos, como usted –se resignó Claveles. –Eso no da para comer. –No todos pueden educarse, abuelo. –Juan es sordo, pero no tonto. Tiene mucho discernimiento y puede salir de aquí, la vida en el campo es muy dura para é Claveles estaba convencida de que el abuelo había perdido el juicio o que el amor por el niño le impedía ver sus limitaciones. Compró un silabario e intentó traspasarle sus escasos conocimientos, pero no logró hacerle entender a su hijo que esos garabatos representaban sonidos y acabó por perder la paciencia. En esa época aparecieron los voluntarios de la señora Dermoth. Eran unos jóvenes provenientes de la ciudad, que recorrían las regiones más apartadas del país hablando de un proyecto humanitario para socorrer a los pobres. Explicando que en algunas partes nacían demasiados niños y sus padres no los podían alimentar, mientras en otras había muchas parejas sin hijos. Su organización intentaba aliviar ese desequilibrio. Se presentaron en el rancho de los Picero con un mapa de Norteamérica y unos folletos impresos a color donde se veían fotografías de niños morenos junto a padres rubios, en lujosos ambientes con chimeneas encendidas, grandes perros lanudos, pinos decorados con escarcha plateada y bolas de Navidad. Después de hacer un rápido inventario de la pobreza de los Picero, les informaron sobre la misión caritativa de la señora Dermoth, quien ubicaba a los niños más desamparados y los entregaba en adopción a familias con dinero, para salvarlos de una vida de miseria. A diferencia de otras instituciones destinadas al mismo fin, ella se ocupaba sólo de criaturas con taras de nacimiento o baldadas por accidentes o enfermedades. En el Norte había algunos matrimonios –buenos cristianos, por supuesto– que estaban dispuestos a adoptar a esos niños. 76 Librodot






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Hermoso saber que existen personas que lean este proyecto. Gracias por su honorable visita. Les saluda y le doy la bienvenida a leer: Luna Cielo Azul. ©Siervadelmesías.

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