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sábado, julio 20, 2013

LOS CUENTOS DE EVA LUNA ISABEL ALLENDE ((40))



Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 40 mucho tiempo, su salud de toro empezaba a resentirse, dormía a sacudones, se le acababa el aire en el pecho, el corazón se le atolondraba, sentía fuego en el estómago y campanas en las sienes. Sus negocios también sufrían el impacto de su mal de amor, tomaba decisiones precipitadas y perdía dinero. Carajo, ya no sé quién soy ni dónde estoy parado, maldita sea, refunfuñaba sudando, pero ni por un momento consideró la posibilidad de abandonar la cacería. Con el estuche morado de nuevo en sus manos, abatido en un sillón del hotel donde se hospedaba, Fortunato se acordó de su abuelo. Rara vez pensaba en su padre, pero a menudo volvía a su memoria ese abuelo formidable que a los noventa y tantos años todavía cultivaba sus hortalizas. Tomó el teléfono y pidió una comunicación de larga distancia. El viejo Fortunato estaba casi sordo y tampoco podía asimilar el mecanismo de ese aparato endemoniado que le traía voces desde el otro extremo del planeta, pero la mucha edad no le había quitado la lucidez. Escuchó lo mejor que pudo el triste relato de su nieto, sin interrumpirlo hasta el final. –De modo que esa zorra se está dando el lujo de burlarse de mi muchacho, ¿eh? –Ni siquiera me mira, Nono. Es rica, bella, noble, tiene todo. –Ajá... y también tiene marido. –También, pero eso es lo de menos. ¡Si al menos me dejara hablarle! –¿Hablarle? ¿Y para qué? No hay nada que decirle a una mujer como ésa, hijo. –Le regalé un collar de reina y me lo devolvió sin una sola palabra. –Dale algo que no tenga. –¿Qué, por ejemplo? –Un buen motivo para reírse, eso nunca falla con las mujeres –y el abuelo se quedó dormido con el auricular en la mano, soñando con las doncellas que lo amaron cuando realizaba acrobacias mortales en el trapecio y bailaba con su mona. Al día siguiente el joyero Zimmerman recibió en su oficina a una espléndida joven, manicurista de profesión, según explicó, que venía a ofrecerle por la mitad de precio el mismo collar de esmeraldas que él había vendido cuarenta y ocho horas antes. El joyero recordaba muy bien al comprador, imposible olvidarlo, un patán presumido. –Necesito una joya capaz de tumbarle las defensas a una dama arrogante –había dicho. Zimmerman le pasó revista en un segundo y decidió que debía ser uno de esos nuevos ricos del petróleo o la cocaína. No tenía humor para vulgaridades, estaba habituado a otra clase de gente. Rara vez atendía él mismo a los clientes, pero ese hombre había insistido en hablar con él y parecía dispuesto a gastar sin vacilaciones. –¿Qué me recomienda usted? –había preguntado ante la bandeja donde brillaban sus más valiosas prendas. –Depende de la señora. Los rubíes y las perlas lucen bien sobre la piel morena, las esmeraldas sobre piel más clara, los diamantes son perfectos siempre. –Tiene demasiados diamantes. Su marido se los regala como si fueran caramelos. Zimmerman tosió. Le repugnaba esa clase de confidencias. El hombre tomó el collar, lo levantó hacia la luz sin ningún respeto, lo agitó como un cascabel y el aire se llenó de tintineos y de chispas verdes, mientras la úlcera del joyero daba un respingo. –¿Cree que las esmeraldas traen buena suerte? –Supongo que todas las piedras preciosas cumplen ese requisito, señor, pero no soy supersticioso. –Ésta es una mujer muy especial. No puedo equivocarme con el regalo, ¿comprende? – Perfectamente. Pero por lo visto eso fue lo que ocurrió, se dijo Zimmerman sin poder evitar una sonrisa sarcástica, cuando esa muchacha le llevó de vuelta el collar. No, no había nada malo en la joya, era ella la que constituía un error. Había imaginado una mujer más refinada, 40 Librodot





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Hermoso saber que existen personas que lean este proyecto. Gracias por su honorable visita. Les saluda y le doy la bienvenida a leer: Luna Cielo Azul. ©Siervadelmesías.

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