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Orgullo y Prejuicio[Document Transcript]...
CAPÍTULO XXVI
A señora Gardiner hizo a Elizabeth la advertencia susodicha puntual y amablemente, a la primera
oportunidad que tuvo de hablar a solas con ella. Después de haberle dicho honestamente lo que pensaba,
añadió:
––Eres una chica demasiado sensata, Lizzy, para enamorarte sólo porque se te haya advertido que
no lo hicieses; y por eso, me atrevo a hablarte abiertamente. En serio, ten cuidado. No te comprometas, ni
dejes que él se vea envuelto en un cariño que la falta de fortuna puede convertir en una imprudencia. Nada
tengo que decir contra él; es un muchacho muy interesante, y si tuviera la posición que debería tener, me
parecería inmejorable. Pero tal y como están las cosas, no puedes cegarte. Tienes mucho sentido, y todos
esperamos que lo uses. Tu padre confía en tu firmeza y en tu buena conducta. No vayas a defraudarle.
––Querida tía, esto es serio de veras.
––Sí, y ojalá que tú también te lo tomes en serio.
––Bueno, no te alarmes. Me cuidaré de Wickham. Si lo puedo evitar, no se enamorará de mí.
––Elizabeth, no estás hablando en serio.
––Tal vez lo conseguirías, si procuras que no venga aquí tan a menudo. Por lo menos, no deberías
recordar a tu madre que lo invite.
––Como hice el otro día ––repuso Elizabeth con maliciosa sonrisa––. Es verdad, sería lo más
oportuno. Pero no vayas a imaginar que viene tan a menudo. Si le hemos invitado tanto esta semana, es
porque tú estabas aquí. Ya sabes la obsesión de mi madre de que sus visitas estén constantemente
acompañadas. Pero de veras, te doy mi palabra de que trataré siempre de hacer lo que crea más sensato.
Espero que ahora estarás más contenta.
Su tía le aseguró que lo estaba; Elizabeth le agradeció sus amables advertencias, y se fueron. Su
conversación había constituido un admirable ejemplo de saber aconsejar sin causar resentimiento.
Poco después de haberse ido los Gardiner y Jane, Collins regresó a Hertfordshire; pero como fue a
casa de los Lucas, la señora Bennet no se incomodó por su llegada. La boda se aproximaba y la señora
Bennet se había resignado tanto que ya la daba por inevitable e incluso repetía, eso sí, de mal talante, que
deseaba que fuesen felices. La boda se iba a celebrar el jueves, y, el miércoles vino la señorita Lucas a
hacer su visita de despedida. Cuando la joven se levantó para irse, Elizabeth, sinceramente conmovida, y avergonzada por la desatenta actitud y los fingidos buenos deseos de su madre, salió con ella de la
habitación y la acompañó hasta la puerta. Mientras bajaban las escaleras, Charlotte dijo:
––Confío en que tendré noticias tuyas muy a menudo, Eliza.
––Las tendrás.
––Y quiero pedirte otro favor. ¿Vendrás a verme?
––Nos veremos con frecuencia en Hertfordshire, espero.
––Me parece que no podré salir de Kent hasta dentro de un tiempo. Prométeme, por lo tanto, venir
a Hunsford.
A pesar de la poca gracia que le hacía la visita, Elizabeth no pudo rechazar la invitación de
Charlotte.
––Mi padre y María irán a verme en marzo ––––añadió Charlotte–– y quisiera que los
acompañases. Te aseguro, Eliza, que serás tan bien acogida como ellos.
Se celebró la boda; el novio y la novia partieron hacia Kent desde la puerta de la iglesia, y todo el
mundo tuvo algún comentario que hacer o que oír sobre el particular, como de costumbre. Elizabeth no
tardó en recibir carta de su amiga, y su correspondencia fue tan regular y frecuente como siempre. Pero ya
no tan franca. A Elizabeth le era imposible dirigirse a Charlotte sin notar que toda su antigua confianza
había desaparecido, y, aunque no quería interrumpir la correspondencia, lo hacía más por lo que su amistad
había sido que por lo que en realidad era ahora. Las primeras cartas de Charlotte las recibió con mucha
impaciencia; sentía mucha curiosidad por ver qué le decía de su nuevo hogar, por saber si le habría
agradado lady Catherine y hasta qué punto se atrevería a confesar que era feliz. Pero al leer aquellas cartas,
Elizabeth observó que Charlotte se expresaba exactamente tal como ella había previsto. Escribía
alegremente, parecía estar rodeada de comodidades, y no mencionaba nada que no fuese digno de alabanza.
La casa, el mobiliario, la vecindad y las carreteras, todo era de su gusto, y lady Catherine no podía ser más
sociable y atenta. Era el mismo retrato de Hunsford y de Rosings que había hecho el señor Collins, aunque
razonablemente mitigado. Elizabeth comprendió que debía aguardar a su propia visita para conocer el resto.
Jane ya le había enviado unas líneas a su hermana anunciándole su feliz llegada a Londres; y
cuando le volviese a escribir, Elizabeth tenía esperanza de que ya podría contarle algo de los Bingley.
Su impaciencia por esta segunda carta recibió la recompensa habitual a todas las impaciencias:
Jane llevaba una semana en la capital sin haber visto o sabido nada de Caroline. Sin embargo, se lo
explicaba suponiendo que la última carta que le mandó a su amiga desde Longbourn se habría perdido.
«Mi tía ––continuó–– irá mañana a esa parte de la ciudad y tendré ocasión de hacer una visita a
Caroline en la calle Grosvenor.»
Después de la visita mencionada, en la que vio a la señorita Bingley, Jane volvió a escribir:
«Caroline no estaba de buen humor, pero se alegró mucho de verme y me reprochó que no le hubiese
notificado mi llegada a Londres. Por lo tanto, yo tenía razón: no había recibido mi carta. Naturalmente, le
pregunté por su hermano. Me dijo que estaba bien, pero que anda tan ocupado con el señor Darcy, que ella
apenas le ve. Casualmente esperaban a la señorita Darcy para comer; me gustaría verla. Mi visita no fue
larga, pues Caroline y la señora Hurst tenían que salir. Supongo que pronto vendrán a verme.»
Elizabeth movió la cabeza al leer la carta. Vio claramente que sólo por casualidad podría Bingley
descubrir que Jane estaba en Londres.
Pasaron cuatro semanas sin que Jane supiese nada de él. Trató de convencerse a sí misma de que
no lo lamentaba; pero de lo que no podía estar ciega más tiempo, era del desinterés de la señorita Bingley.
Después de esperarla en casa durante quince días todas las mañanas e inventarle una excusa todas las
tardes, por fin, recibió su visita; pero la brevedad de la misma y, lo que es más, su extraña actitud no
dejaron que Jane siguiera engañándose. La carta que escribió entonces a su hermana demostraba lo que
sentía:
«Estoy segura, mi queridísima Lizzy, de que serás incapaz de vanagloriarte a costa mía por tu buen
juicio, cuando te confiese que me he desengañado completamente del afecto de la señorita Bingley. De todos modos, aunque los hechos te hayan dado la razón, no me creas obstinada si aún afirmo que, dado su
comportamiento conmigo, mi confianza era tan natural como tus recelos. A pesar de todo, no puedo
comprender por qué motivo quiso ser amiga mía; pero si las cosas se volviesen a repetir, no me cabe la
menor duda de que me engañaría de nuevo. Caroline no me devolvió la visita hasta ayer, y entretanto no
recibí ni una nota ni una línea suya. Cuando vino se vio bien claro que era contra su voluntad; me dio una
ligera disculpa, meramente formal, por no haber venido antes; no dijo palabra de cuándo volveríamos a
vernos y estaba tan alterada que, cuando se fue, decidí firmemente poner fin a nuestras relaciones. Me da
pena, aunque no puedo evitar echarle la culpa a ella. Hizo mal en elegirme a mí como amiga. Pero puedo
decir con seguridad que fue ella quien dio el primer paso para intimar conmigo. De cualquier modo, la
compadezco porque debe de comprender que se ha portado muy mal, y porque estoy segura de que la
preocupación por su hermano fue la causa de todo. Y aunque nos consta que esa preocupación es
innecesaria, el hecho de sentirla justifica su actitud para conmigo, y como él merece cumplidamente que su
hermana le adore, toda la inquietud que le inspire es natural y apreciable. Pero no puedo menos que
preguntarme por qué sigue teniendo esos temores, pues si él se hubiese interesado por mí, nos hubiésemos
visto hace ya mucho tiempo. El sabe que estoy en la ciudad; lo deduzco por algo que ella misma dijo; y
todavía parecía, por su modo de hablar, que necesitaba convencerse a sí misma de que Bingley está
realmente interesado por la señorita Darcy. No lo entiendo. Si no temiera juzgar con dureza, casi diría que
en todo esto hay más vueltas de lo que parece. Pero procuraré ahuyentar todos estos penosos pensamientos,
y pensaré sólo en lo que me hace ser feliz: tu cariño y la inalterable bondad de nuestros queridos tíos.
Escríbeme pronto. La señorita Bingley habló de que nunca volverían a Netherfield y de que se desharían de
la casa, pero no con mucha certeza. Vale más que no mencione estas cosas. Me alegro mucho de que hayas
tenido tan buenas noticias de nuestros amigos de Hunsford. Haz el favor de ir a verlos con sir William y
María. Estoy segura de que te encontrarás bien allí. Tuya, Jane.»
A Elizabeth le dio un poco de pena esta carta, pero recuperó el ánimo al pensar que al menos ya no
volvería a dejarse tomar el pelo por la señorita Bingley. Toda esperanza con respecto al hermano se había
desvanecido por completo. Ni siquiera deseaba que se reanudasen sus relaciones. Cada vez que pensaba en
él, más le decepcionaba su carácter. Y como un castigo para él y en beneficio de Jane, Elizabeth deseaba
que se casara con la hermana del señor Darcy cuanto antes, pues, por lo que Wickham decía, ella le haría
arrepentirse con creces por lo que había despreciado.
A todo esto, la señora Gardiner recordó a Elizabeth su promesa acerca de Wickham, y quiso saber
cómo andaban las cosas. Las noticias de Elizabeth eran más favorables para la tía que para ella misma. El
aparente interés de Wickham había desaparecido, así como sus atenciones. Ahora era otra a la que
admiraba. Elizabeth era lo bastante observadora como para darse cuenta de todo, pero lo veía y escribía de
ello sin mayor pesar. No había hecho mucha mella en su corazón, y su vanidad quedaba satisfecha con
creer que habría sido su preferida si su fortuna se lo hubiese permitido. La repentina adquisición de diez mil
libras era el encanto más notable de la joven a la que ahora Wickham rendía su atención. Pero Elizabeth,
menos perspicaz tal vez en este caso que en el de Charlotte, no le echó en cara su deseo de independencia.
Al contrario, le parecía lo más natural del mundo, y como presumía que a él le costaba algún esfuerzo
renunciar a ella, estaba dispuesta a considerar que era la medida más sabia y deseable para ambos, y podía
desearle de corazón mucha felicidad.
Le comunicó todo esto a la señora Gardiner; y después de relatarle todos los pormenores, añadió:
«Estoy convencida, querida tía, de que nunca he estado muy enamorada, pues si realmente hubiese sentido
esa pasión pura y elevada del amor, detestaría hasta su nombre y le desearía los mayores males. Pero no
sólo sigo apreciándolo a él, sino que no siento ninguna aversión por la señorita King. No la odio, no quiero
creer que es una mala chica. Esto no puede ser amor. Mis precauciones han sido eficaces; y aunque mis
amistades se preocuparían mucho más por mí, si yo estuviese locamente enamorada de él, no puedo decir
que lamente mi relativa insignificancia. La importancia se paga a veces demasiado cara. Kitty y Lydia se
toman más a pecho que yo la traición de Wickham. Son jóvenes aún para ver la realidad del mundo y
adquirir la humillante convicción de que los hombres guapos deben tener algo de qué vivir, al igual que los
feos.».[26]
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Hermoso saber que existen personas que lean este proyecto. Gracias por su honorable visita. Les saluda y le doy la bienvenida a leer: Luna Cielo Azul. ©Siervadelmesías.