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sábado, marzo 15, 2014

Inés del alma mía, ISABEL ALLENDE ((59))






Inés del alma mía[Document Transcript]... Cuando por fin pudimos desprendemos del abrazo y recuperar el aliento, salí a dar una orden a Catalina, mientras Rodrigo saludaba a su hija. Media hora más tarde una fila de indios transportó mis baúles, mi reclinatorio y la estatua de Nuestra Señora del Socorro a la casa de Rodrigo de Quiroga, mientras los vecinos de Santiago, que se habían quedado esperando en la plaza de Armas después de la misa, aplaudían. Necesité dos semanas para preparar la boda, porque no quería casarme con disimulo, sino con pompa y ceremonia. Era imposible decorar la casa de Rodrigo en tan poco tiempo, pero nos concentramos en transplantar árboles y arbustos a su patio, preparar arcos de flores y poner toldos y largos mesones para la comida. El padre González de Marmolejo nos casó en lo que hoy es la catedral, pero entonces era la iglesia en construcción, con asistencia de mucha gente, blancos, negros, indios y mestizos. Arreglamos para mí un virginal vestido blanco de Cecilia, ya que no hubo tiempo de encargar la tela para otro. «Cásate de blanco, Inés, porque don Rodrigo merece ser tu primer amor», opinó Cecilia, y tenía razón. La boda fue con misa cantada y después ofrecimos una merienda con platos de mi especialidad, empanadas, cazuela de ave, pastel de maíz, papas rellenas, frijoles con ají, cordero y cabrito asado, verduras de mi chacra y los variados postres que pensaba preparar para la llegada de Pedro de Valdivia. El ágape fue debidamente regado con los vinos que saqué sin cargo de conciencia de la bodega del gobernador, que también era mía. Las puertas de la casa de Rodrigo se mantuvieron abiertas el día entero y quien quiso comer y celebrar con nosotros fue bienvenido. Entre la multitud corrían docenas de niños mestizos e indios y, sentados en sillas dispuestas en semicírculo, estaban los ancianos de la colonia. Catalina calculó que desfilaron trescientas personas por esa casa, pero nunca fue buena para sumar, podrían haber sido más. Al otro día, Rodrigo y yo partimos contigo, Isabel, y un séquito de yanaconas a pasar unas semanas de amor en mi chacra. También nos acompañaron varios soldados para protegernos de los indios chilenos, que solían atacar a los viajeros incautos. Catalina y mis fieles criadas traídas del Cuzco quedaron a cargo de acomodar lo mejor posible la vivienda de Rodrigo; el resto de la numerosa servidumbre permaneció donde siempre. Recién entonces Valdivia se atrevió a desembarcar con sus dos mancebas y volver a su casa en Santiago, que encontró limpia, ordenada y bien abastecida, sin rastro mío. [59]






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Hermoso saber que existen personas que lean este proyecto. Gracias por su honorable visita. Les saluda y le doy la bienvenida a leer: Luna Cielo Azul. ©Siervadelmesías.

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