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lunes, septiembre 23, 2013

LOS CUENTOS DE EVA LUNA ISABEL ALLENDE ((113))




Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 113 acompañar a su marido, y dedujo que en ese país estaría más libre de las exigencias sociales y podría dedicarse a leer, a pintar y a descubrir la naturaleza. La primera medida de Lieberman fue instalar ventiladores en todos los cuartos de su residencia. En seguida presentó credenciales a las autoridades del gobierno. Cuando El Benefactor lo recibió en su despacho, la pareja había pasado sólo unos días en la ciudad, pero ya el chisme de que la esposa del embajador era muy bella había llegado a oídos del caudillo. Por protocolo los invitó a una cena, a pesar de que el aire arrogante y la charlatanería del diplomático le resultaron insoportables. En la noche señalada Marcia Lieberman entró en el Salón de Recepciones del brazo de su marido y por primera vez en su larga trayectoria El Benefactor perdió la respiración ante una mujer. Había visto rostros más hermosos y portes más esbeltos, pero nunca tanta gracia. Despertó la memoria de conquistas pasadas, alborotándole la sangre con un calor que no había sentido en muchos años. Durante esa velada se mantuvo a dis– tancia, observando a la embajadora con disimulo, seducido por la curva del cuello, la sombra de sus ojos, los gestos de las manos, la seriedad de su actitud. Tal vez cruzó por su mente el hecho de que tenía cuarenta y tantos años más que ella y que cualquier escándalo tendría repercusiones insospechadas más allá de sus fronteras, pero eso no logró disuadirlo, por el contrario, agregó un ingrediente irresistible a su naciente pasión. Marcia Lieberman sintió la mirada del hombre pegada a su piel, como una caricia indecente, y se dio cuenta del peligro, pero no tuvo fuerzas para escapar. En un momento pensó pedirle a su marido que se retiraran, pero en vez de ello se quedó sentada deseando que el anciano se le aproximara y al mismo tiempo dispuesta a huir corriendo si él lo hacía. No sabía por qué temblaba. No se hizo ilusiones respecto a él, de lejos podía detallar los signos de la decrepitud, la piel marcada de arrugas y manchas, el cuerpo enjuto, el andar vacilante, pudo imaginar su olor rancio y adivinó que bajo los guantes de cabritilla blanca sus manos eran dos zarpas. Pero los ojos del dictador, nublados por la edad y el ejercicio de tantas crueldades, tenían todavía un fulgor de dominio que la paralizó en su silla. . El Benefactor no sabía cortejar a una mujer, no había tenido hasta entonces necesidad de hacerlo. Eso actuó a su favor, porque si hubiera acosado a Marcia con galanterías de seductor habría resultado repulsivo y ella habría retrocedido con desprecio. En cambio ella no pudo negarse cuando a los pocos días él apareció ante su puerta, vestido de civil y sin escolta, como un bisabuelo triste, para decirle que hacía diez años que no había tocado a una mujer y ya estaba muerto para las tentaciones de ese tipo, pero con todo respeto solicitaba que lo acompañara esa tarde a un lugar privado, donde él pudiera descansar la cabeza en sus rodillas de reina y contarle cómo era el mundo cuando él era todavía un macho bien plantado y ella todavía no había nacido. –¿Y mi marido? –alcanzó a preguntar Marcia con un soplo de voz. –Su marido no existe, hija. Ahora sólo.existimos usted y yo –replicó el Presidente Vitalicio, conduciéndola del brazo hasta su Packard negro. Marcia no regresó a su casa y antes de un mes el embajador Lieberman partió de vuelta a su país. Había removido piedras en busca de su mujer, negándose al principio a aceptar lo que ya no era ningún secreto, pero cuando las evidencias del rapto fueron imposibles de ignorar, Lieberman pidió una audiencia con el Jefe del Estado y le exigió la devolución de su esposa. El intérprete intentó suavizar sus palabras en la traducción, pero el Presidente captó el tono y aprovechó el pretexto para deshacerse de una vez por todas de ese marido imprudente. Declaró que Lieberman había insultado a la Nación al lanzar aquellas disparatadas acusaciones sin ningún fundamento y le ordenó salir de sus fronteras en tres días. Le ofreció la alternativa de hacerlo sin escándalo, para proteger la dignidad de su país, puesto que nadie tenía interés en romper las relaciones diplomáticas y obstruir el libre tráfico de los barcos petroleros. Al final de la entrevista, con una expresión de padre ofendido, agregó que podía entender su ofuscación y que se fuera tranquilo, porque en su ausencia continuaría la 113 Librodot




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Hermoso saber que existen personas que lean este proyecto. Gracias por su honorable visita. Les saluda y le doy la bienvenida a leer: Luna Cielo Azul. ©Siervadelmesías.

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