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miércoles, octubre 30, 2013

Inés del alma mía, ISABEL ALLENDE ((12))





Inés del alma mía[Document Transcript]... Roma estaba mal defendida por el papa Clemente VII, hombre más apto para enredos políticos que para estrategias de guerra. Apenas las huestes enemigas se aproximaron a los puentes de la ciudad, en medio de una densa niebla, el Pontífice escapó del Vaticano, por un pasadizo secreto, al castillo de Sant Angelo, erizado de cañones. Lo acompañaban tres mil personas, entre ellas el célebre escultor y orfebre Benvenuto Cellini, tan conocido por su insigne talento de artista como por su terrible carácter; el Papa delegó en él las decisiones militares porque dedujo que si él mismo temblaba ante el artista no había razón para que los ejércitos del condestable de Borbón no temblaran también.
En el primer asalto a Roma, el condestable recibió un fatal tiro de mosquete en un ojo. Benvenuto Cellini se jactaría más tarde de haber disparado la bala que lo mató, aunque en realidad ni siquiera estuvo cerca de él, pero ¿quién se hubiese atrevido a contradecirlo? Antes de que los capitanes lograran imponer orden, las tropas, sin control, se lanzaron a hierro y pólvora hacia la indefensa ciudad y la tomaron en cuestión de horas. Durante los primeros ocho días fue tan cruel la matanza, que la sangre corría por las calles y se coagulaba entre las piedras milenarias. Huyeron más de cuarenta y cinco mil personas, y el resto de la aterrorizada población se sumió en el infierno. Los voraces invasores quemaron iglesias, conventos, hospitales, palacios y casas particulares. Mataron a destajo, incluso a los locos y enfermos del hospicio y a los animales domésticos; torturaron a los hombres para obligarlos a entregar lo que haber escondido; violaron a cuanta mujer y niña hallaron; asesinaron desde a las criaturas de pecho hasta a los ancianos. El saqueo, como una interminable orgía, continuó por semanas. Los soldados, ebrios de sangre y alcohol, arrastraban por las calles las destrozadas obras de arte y reliquias religiosas, decapitaban por igual estatuas y personas, se robaban lo que podían echar en sus bolsas y lo demás lo hacían polvo. Se salvaron los famosos frescos de la Capilla Sixtina porque allí velaron el cuerpo del condestable de Borbón. En el río Tíber flotaban miles de cadáveres y el olor a carne descompuesta infestaba el aire. Perros y cuervos devoraban los cuerpos tirados por doquier; después llegaron las fieles compañeras de la guerra, el hambre y la peste, que atacaron por igual a los desventurados romanos y a sus victimarios.
Durante esos días aciagos, Pedro de Valdivia recorría Roma con la espada en la mano, furioso, procurando inútilmente evitar el pillaje y la matanza e imponer algo de orden entre la soldadesca, pero los quince mil lansquenetes no reconocían jefe ni ley y estaban dispuestos a liquidar a quien intentara detenerlos. A Valdivia le tocó hallarse por casualidad ante las puertas de un convento cuando éste fue atacado por una docena de los mercenarios alemanes. Las monjas, sabiendo que ninguna mujer escapaba a las violaciones, se habían reunido en el patio formando un círculo en torno a una cruz, en el centro del cual estaban las jóvenes novicias, inmóviles, tomadas de las manos, con las cabezas bajas y rezando en un murmullo. De lejos parecían palomas. Pedían que el Señor las librara de ser mancilladas, que se apiadara de ellas enviándoles una muerte rápida.
-¡Atrás! ¡Quien se atreva a cruzar este umbral tendrá que vérselas conmigo! - rugió Pedro de Valdivia blandiendo su espada en la diestra y un sable corto en la siniestra.
Varios de los lansquenetes se detuvieron sorprendidos, calculando acaso si valía la pena enfrentarse a ese imponente y determinado oficial español o era más conveniente pasar a la casa de al lado, pero otros se lanzaron en tropel al ataque. Valdivia tenía a su favor que era el único soldado sobrio y de cuatro estocadas certeras puso fuera de combate a otros tantos alemanes, pero para entonces los demás del grupo se habían repuesto del desconcierto inicial y también se le fueron encima. Aunque tenían la mente nublada por el alcohol, los alemanes eran guerreros tan formidables como Valdivia y pronto lo rodearon. Tal vez ése habría sido el último día del oficial extremeño si no hubiera aparecido por azar Francisco de Aguirre y se le hubiera puesto al lado.
-¡A mí, teutones hijos de puta! -gritaba aquel vasco tremendo, rojo de ira, enorme, blandiendo la espada como un garrote. La trifulca atrajo la atención de otros españoles que pasaban por allí y vieron a sus compatriotas en grave peligro. En menos que demoro en contarlo, se armó una batalla campal frente al edificio. Media hora después los asaltantes se retiraron, dejando a varios desangrándose en la calle, y los oficiales pudieron atrancar las puertas del convento. La madre superiora pidió a las monjas de más carácter que recogieran a las que se habían desmayado y se colocaran a las órdenes de Francisco de Aguirre, quien se había ofrecido para organizar la defensa fortificando los muros. -Nadie está seguro en Roma. Por el momento los mercenarios se han retirado, pero sin duda regresarán, y entonces más vale que os encuentren preparadas -les advirtió Aguirre.
-Conseguiré unos arcabuces y Francisco os enseñará a usarlos -decidió Valdivia, a quien no se le escapó el brillo picaresco en la mirada de su amigo al imaginarse solo con una veintena de virginales novicias y un puñado de monjas maduras pero agradecidas y aún apetecibles.
Sesenta días más tarde terminó por fin el horroroso saqueo de Roma, que puso fin a una época -el papado renacentista en Italia- y quedaría para la Historia como una mancha infame en la vida de nuestro emperador Carlos V, aunque él se encontraba muy lejos de allí.
Su santidad el Papa pudo abandonar su refugio en el castillo de Sant Angelo, pero fue arrestado y recibió el maltrato de los presos comunes, incluso le arrebataron el anillo pontificio y le dieron una patada en el trasero que lo lanzó de bruces en el suelo entre las carcajadas de los soldados. [12]




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Hermoso saber que existen personas que lean este proyecto. Gracias por su honorable visita. Les saluda y le doy la bienvenida a leer: Luna Cielo Azul. ©Siervadelmesías.

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