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domingo, septiembre 01, 2013

LOS CUENTOS DE EVA LUNA ISABEL ALLENDE ((84))





Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 84 mundo de que somos ricos. Sugirió comprar tierras y sembrar plátanos o café, como los godos de antaño, pero a él no le atraía la idea de irse a las provincias del interior, tierra salvaje, expuesta a bandas de ladrones, al ejército o a los guerrilleros, a víboras y a toda suerte de pestes; creía que era una estupidez partir a la selva en busca de futuro, puesto que ésta se hallaba al alcance de la mano en pleno centro de la capital, era más seguro dedicarse al comercio, como los miles de sirios y judíos que desembarcaban con un atado de miserias a la espalda y al cabo de pocos años vivían con holgura. –Nada de turquerías. Lo que yo quiero es una familia respetable, que nos llamen don y doña y nadie se atreva a hablarnos con el sombrero puesto –dijo Ella. Pero él insistió y Ella acabó por acatar su decisión, como casi siempre hacía, porque cuando se le ponía al frente su marido la mortificaba con largos períodos de abstinencia y silencio. En esas ocasiones él desaparecía de la casa por varios días, regresaba maltrecho de amores clandestinos, se mudaba de ropa y volvía a salir, dejando a Abigail furiosa al principio y luego aterrada por la idea de perderlo. Ella era una persona práctica, carecía por completo de sentimientos románticos y si alguna vez hubo en Ella alguna semilla de ternura, los años de suripanta, la destruyeron, pero Domingo era el único hombre que ella podía tolerar a su lado y no estaba dispuesta a dejarlo partir. Apenas Abigail cedía, él regresaba a dormir a su cama. No había reconciliaciones ruidosas, simplemente retomaban el ritmo de las rutinas y volvían a la complicidad de sus trampas. Domingo Toro instaló una cadena de tiendas en los barrios pobres, donde vendía muy barato, pero en grandes cantidades. Las tiendas le servían de pantalla para otros negocios menos lícitos. El dinero siguió amontonándose y pudieron pagar extravagancias de ricos, pero Abigail no estaba satisfecha, porque se dio cuenta de que una cosa era vivir con lujo y otra muy diferente ser aceptados en sociedad. –Si me hubieras hecho caso no nos confundirían con comerciantes árabes. ¡Mira que ponerte a vender trapos! –le reclamó a su marido. –No sé de qué te quejas, tenemos de todo. –Sigue con tus bazares de pobres, si eso es lo que quieres, pero yo voy a comprar caballos de carrera. –¿Caballos? ¿Qué sabes tú de caballos, mujer? –Que son elegantes, toda la gente importante tiene caballos. –¡Nos vamos a arruinar! Por una vez Abigail logró imponer su voluntad y al poco tiempo comprobaron que no había sido mala idea. Los animales les dieron pretextos para alternar con las Antiguas familias de criadores y además resultaron rentables, pero aunque los Toro aparecían con frecuencia en las páginas hípicas de la prensa, nunca estaban en la crónica social. Despechada, Abigail se puso cada vez más ostentosa. Encargó una vajilla de porcelana con su retrato pintado a mano en cada pieza, copas de cristal tallado y muebles con gárgolas furiosas en las patas, además de un raído sillón que hizo pasar como reliquia colonial, diciéndole a todo el mundo que había pertenecido al Libertador, razón por la cual le ató un cordón rojo por delante para que nadie pudiera posar las asentaderas donde el Padre de la Patria lo había hecho. Consiguió una institutriz alemana para sus hijos y UN vagabundo holandés, a quien vistió de almirante, para manejar el yate de la familia. Los únicos vestigios del pasado eran los tatuajes de filibustero de Domingo y una lesión en la espalda de Abigail, como consecuencia de culebrear abierta de piernas en sus tiempos de barbarie; pero él se cubría los tatuajes con mangas largas y ella se hizo fabricar un corsé de hierro con cojinetes de seda para impedir que el dolor le postrara la dignidad. Para entonces era una mujerona obesa, cubierta de joyas, parecida a Nerón. La ambición marcó en Ella los estragos físicos que las aventuras en la selva no habían logrado hacerle. Con la intención de atraer a lo más selecto de la sociedad, los Toro ofrecían cada año para carnavales una fiesta de disfraces: la corte de Bagdad con el elefante y los camellos del 84 Librodot





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Hermoso saber que existen personas que lean este proyecto. Gracias por su honorable visita. Les saluda y le doy la bienvenida a leer: Luna Cielo Azul. ©Siervadelmesías.

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