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lunes, mayo 26, 2014

Inés del alma mía, ISABEL ALLENDE ((76))

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Inés del alma mía[Document Transcript]... Tucapel se llamaba uno de los fuertes destinados a desalentar a los indígenas y proteger las minas de oro y plata, aunque sólo contaba con una docena de soldados, que pasaban sus días vigilando la espesura, aburridos. El capitán que estaba a cargo del fuerte sospechaba que los mapuche tramaban algo, a pesar de que su relación con ellos había sido pacífica. Una o dos veces por semana los indios llevaban provisiones al fuerte; eran siempre los mismos, y los soldados, que ya los conocían, solían intercambiar señales amistosas con ellos. Sin embargo, había algo en la actitud de los indios que indujo al capitán a capturar a varios de ellos y, mediante suplicio, averiguó que se estaba gestando una gran sublevación de las tribus. Yo podría jurar que los indios confesaron sólo aquello que Lautaro deseaba que los huincas supieran, porque los mapuche nunca se han doblegado ante el tormento. El capitán mandó pedir refuerzos, pero tan poca importancia dio Pedro de Valdivia a esta información, que por toda ayuda mandó cinco soldados a caballo al fuerte de Tucapel.
Corría la primavera de 1553 en los bosques aromáticos de la Araucanía. El aire era tibio y al paso de los cinco soldados se levantaban nubes de insectos translúcidos y aves ruidosas. De pronto, un infernal chivateo rompió la paz idílica del paisaje y de inmediato los españoles se vieron rodeados por una masa de asaltantes. Tres de ellos cayeron atravesados por lanzas, pero dos alcanzaron a dar media vuelta y galoparon a matacaballo hacia el fuerte más próximo a pedir socorro.
Entretanto se presentaron en Tucapel los mismos indígenas que siempre llevaban las vituallas, saludando con el aire más sumiso del mundo, como si no estuviesen enterados del suplicio que habían sufrido sus compañeros. Los soldados abrieron las puertas del fuerte y los dejaron entrar con sus bultos. Una vez en el patio, los mapuche abrieron sus sacos, extrajeron las armas que llevaban ocultas y se abalanzaron sobre los soldados. Éstos lograron reponerse de la sorpresa y volar en busca de sus espadas y corazas para defenderse. En los minutos siguientes se llevó a cabo una matanza de mapuche y muchos fueron hechos prisioneros, pero la estratagema dio resultado, porque mientras los españoles estaban ocupados con los de adentro, miles de otros indígenas rodearon el fuerte. El capitán salió con ocho de sus hombres a caballo para enfrentarlos, decisión muy valiente pero inútil, porque el enemigo era demasiado numeroso. Al cabo de una lucha heroica, los soldados que aún estaban con vida retrocedieron al fuerte, donde la desigual batalla continuó durante el resto del día, hasta que, finalmente, al caer la oscuridad, los atacantes se replegaron. En el fuerte de Tucapel quedaron seis soldados, únicos españoles sobrevivientes, muchos yanaconas y los indios prisioneros. El capitán tomó una medida desesperada para espantar a los mapuche que aguardaban el amanecer para atacar de nuevo. Había oído la leyenda de que yo salvé la ciudad de Santiago lanzando las cabezas de los caciques a las huestes indígenas y decidió copiar la idea. Hizo degollar a los cautivos, luego lanzó las cabezas por encima de la muralla. Un rugido largo, como una terrible ola de mar tormentoso, acogió el gesto.
Durante las horas siguientes, el cerco mapuche que rodeaba el fuerte se fue engrosando, hasta que los seis españoles comprendieron que su única posibilidad de salvación era tratar de cruzar a caballo las filas enemigas al amparo de la noche y llegar al fuerte más cercano, en Purén. Eso significaba abandonar a su suerte a los yanacona, que no tenían caballos. No sé cómo los españoles lograron su audaz cometido, porque el bosque estaba infestado de indígenas, que habían acudido de lejos, llamados por Lautaro, para la gran insurrección. Tal vez los dejaron pasar con algún avieso propósito. En todo caso, con la primera luz de alba los indios, que habían esperado la noche entera en las cercanías, irrumpieron en el fuerte abandonado de Tucapel y se encontraron con los restos de sus compañeros en el patio ensangrentado. Los infelices yanaconas que aún permanecían en el fuerte fueron aniquilados.
La noticia del primer ataque victorioso alcanzó a Lautaro muy pronto gracias al sistema de comunicación que él mismo había ideado. El joven ñidoltoqui acababa de formalizar su unión con Guacolda, después de pagar la dote correspondiente. No participó en la borrachera de la celebración porque no era amigo del alcohol y estaba muy ocupado planeando el segundo paso de la campaña. Su objetivo era Pedro de Valdivia. [76]





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Hermoso saber que existen personas que lean este proyecto. Gracias por su honorable visita. Les saluda y le doy la bienvenida a leer: Luna Cielo Azul. ©Siervadelmesías.

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